Sinopsis
Francamente,
no entiendo a Bridget Jones. ¡Los treinta años son una edad fantástica! Sigues
siendo lo suficientemente joven como para poder salir de fiesta y hacer el
tonto sin que nadie te mire raro, pero a la vez eres lo suficientemente mayor
para que te tengan que tomar en serio cuando quieres.
Tienes
el culo más caído, vale... eso es verdad. Pero también tienes más claro lo que
quieres, tienes más seguridad en ti misma, más independencia económica y además
eres una soltera de amplio espectro: ¡puedes ligar con hombres de prácticamente
todas las edades! Para los maduritos, eres una apetecible yogurina llena de
vida, y para los veinteañeros, una interesante mujer experimentada.
Para
mí, esta última ventaja, es la más interesante de todas. Sobre todo teniendo en
cuenta que poco antes de cumplir los treinta años lo dejé con mi novio, con el
que llevaba siete años saliendo y cuatro viviendo juntos.
Mis
amigas solteras me habían advertido un montón de veces de lo mal que está el
mercado, de lo difícil que es ligar, de lo estrechos que son algunos tíos y de
lo rápido que se encoñan otros... Yo pensaba “¡Qué exageradas! ¡No será para
tanto!”, pero cuando empezamos a salir de fiesta, me di cuenta de que el
panorama no era como ellas me lo habían pintado... ¡¡ERA MUCHO PEOR!! El que no
era bipolar, te quería presentar a sus padres el segundo día de conocerte, o
era frígido, o te dejaba de hablar a días alternos, o te decía que se estaba
reservando para el matrimonio, o ¡yo que sé!
Mis
amigos se meaban de risa cuando les contaba las cosas que me pasaban el fin de
semana. Decían que algo raro tengo que hacer, porque parece que tengo un imán
para los trastornados. Y yo les contestaba "¡Que no solo soy yo! ¡Que a
las demás les pasa lo mismo!". Y ellos siempre me decían "Pues chica,
será que tú lo cuentas con más gracia, pero yo nunca le he oído a nadie que le
pasen unas cosas tan raras, y mucho menos tan a menudo".
Es
verdad que la gente que me rodea siempre me ha dicho que debería escribir un
libro. No tanto porque sea un despiste con patas y siempre esté provocando
situaciones absurdas (que también), si no porque soy capaz de contar cualquier
situación cotidiana como si fuera una aventura fantástica.
En
aquella época no había un solo domingo en el que no se me abrieran diez
ventanas de chat preguntándome qué me había pasado ese fin de semana. ¡No daba
abasto a contestar a todo el mundo!
Llegó
un momento en el que incluso me planteé escribir un boletín el domingo por la
mañana para mandárselo a todos a la vez, y así no tener que escribir lo mismo
por la tarde diez veces.
Hasta
que me dije: "Quizá sí que debería escribir ese libro. Está claro que el
contenido y la expectación ya los genero".
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